Son muchos y variados los sentimientos y emociones vividos durante el confinamiento que
la pandemia del COVID19 provocó. Ha sido sin duda una experiencia que pocas personas
imaginábamos vivir alguna vez en nuestra vida. Muchos pudieron vivir este encierro con
todas las comodidades que nos ofrecía nuestro hogar y todo lo que la nueva tecnología nos
presenta hoy en día, canales de televisión de todo tipo, videollamadas, compras online y un
largo etcétera. Solo nuestros mayores, se permitían echar la memoria al pasado y recordar
épocas muy duras de sus vidas, que ahora incluso podían animar a más de una familia
agobiada por el confinamiento.
Ansiabamos la normalidad, abrazar a nuestra familia, la vuelta al trabajo, la vida en nuestras
calles. Y con el mes de mayo entró otra nueva experiencia, la programación de fases de
desescalada, llenas de nuevas normas a cumplir. Si el confinamiento nos tuvo llenos de
emociones inquietas y miedo a la incertidumbre, en las fases de la desescalada, estamos a
la expectativa. Unos lo están viviendo con el miedo a un posible rebrote, otros con
atrevimiento y confianza plena a las nuevas vivencias, muy distintas opiniones y
actuaciones de todos los que nos rodean.
¿Pero qué es lo correcto? La nueva normalidad bajo mi humilde opinión la debemos
enfrentar con sentido común. Las autoridades nos marcan las fases y normas de esta
desescalada, los cimientos, pero evidentemente no pueden abarcar todas las situaciones y
circunstancias que pueden surgir cada día y en cada lugar. Si en la construcción de nuestra
nueva normalidad, no aplicamos el sentido común, todo volverá a derrumbarse. El verano
2020 se presenta con muchas ganas de vivir nuevas experiencias para nuestros recuerdos,
pero seamos sensatos. Aquí no se habla de seguir viviendo con miedo, sino de
responsabilidad social y sentido común. Nos espera no solo un verano 2020 sino toda una
vida por delante que debemos cuidar